Antecedentes
Ya en el siglo XVIII y en contra
de lo establecido por las constituciones gremiales, Campomanes alentaba a que
las mujeres pudieran dedicarse a todos los oficios persuadido de que con ello
habría de aumentar el desahogo económico de la familia. “Sabía muy bien que
había provincias en las que las mujeres iban en los barcos a pescar en el mar;
llevaban a vender el pescado desde los puertos a los mercados; cultivaban las
casas por sí mismas, y eran tenderas y panaderas que hacían pan para venderlo.
Las mujeres guardaban el ganado, guiaban los carros, sallaban, escardaban,
sembraban y cribaban las mieses y, si no había hombres disponibles, también
labraban la tierra. Sabía que las mujeres porteaban y vendían frutas y que casi
siempre regentaban las tiendas de mercería. Las había dedicadas a hacer
encajes, medias y cordones”31 y en 1784 se resolvió por real cédula que todas las
mujeres podrían trabajar en la manufactura de hilos y en cuantos oficios
determinaran “el decoro y fuerza de su sexo.”32 En algunas Reales fábricas su
aportación llegó a ser tan importante que se otorgaron medidas no solo para
favorecer su incorporación sino también para recompensar a sus maridos.33
Todos los investigadores
coinciden en afirmar que las fuentes para analizar el mundo laboral del siglo
XIX no resultan fiables si deducimos que el trabajo no es solo el indicado en
los censos y referido solo al cabeza de familia. Si podemos suponer, sin
embargo, que el porcentaje de mujeres trabajadoras sería muy alto, pues al
encontrarnos en un proceso preindustrial la participación de población laboral
es bastante elevado. Hay en este siglo abundancia de trabajos invisibles no
mostrados en las estadísticas, que abarcan desde nodrizas y amas de cría34 hasta otros
que necesitaban de todo el núcleo familiar como el artesanal o las labores
agrícolas, para mantener la supervivencia, pues el jornal del cabeza de familia
resultaba insuficiente en una época donde la mayoría de la población sufría
serias penurias económicas, más cercanas a la pobreza que a cualquier otro
estado económico más benigno. Así, por un lado existen fuentes donde aparecen
mujeres desarrollando una actividad remunerada, pero no se expresan las
actividades relacionadas con el cuidado familiar y el consumo interno, aunque
resulta esencial para la subsistencia. Por otro, muchas mujeres que formaban
parte de las actividades artesanales de sus maridos no figuran en ningún censo,
quizá si acaso, en aquellos de panaderas, taberneras, estanqueras o tenderas
pero muy probablemente solo en aquellos casos en que enviudan. Así, por tomar
un ejemplo, el Padrón de 1845 de Alcalá de Henares muestra a distintas mujeres
desarrollando oficios como el de cacharrera, buhonera, carretera, cerera,
comerciante, palmera, salinera, sendera o tabernera.35
El trabajo de la mujer en el
siglo XIX era de baja consideración social.36 Su papel laboral consistía, si
exceptuamos aquellos casos en que por viudez o incapacidad el peso de la
familia dependía íntegramente de la mujer, en complementar la producción o los
ingresos del marido. No significa esto que no fuera relevante, pues en el
primer tercio del siglo XIX difícilmente hubieran subsistido, sin esta
colaboración, aquellas familias de economía humilde y que representaban la
inmensa mayoría en una sociedad donde escaseaban los núcleos con rentas
desahogadas. Valorar con rigor la actividad laboral de la mujer en este periodo
sería referirse únicamente al desempeñado por solteras y viudas que abarcaban
básicamente todo el mercado de trabajo en condiciones laborales de 10 ó 12
horas a lo que debía añadirse la menor remuneración que se asignaba al trabajo
femenino. En su Monografía estadística de la clase obrera de Barcelona en
1856, Ildefonso Cerdá da los siguientes jornales medios por oficios y
sexos, referidos a oficiales y expresados en reales: 37
Hombre Mujer
Alpargateros
7,00 2,50
Bordadores
en oro 14,75 8,50
Cesteros 9,00 4,00
Guanteros 11,50 2,50
Calceteros
13,00 6,50
Sombrereros 11,25 3,75
Zapateros
11,25 2,25
En lo relativo a los diferentes
sectores productivos poco se conoce sobre el sector primario. La economía
española en el siglo XIX, cuya modernización en el proceso de industrialización
fracasó, era “esencialmente agraria en el sentido de que la mayor parte de la
población continuó viviendo en comunidades rurales y ganándose la vida en
ocupaciones agrícolas.”38 El latifundismo y
el caciquismo eran las principales características del campo español. “El suelo
se encontraba concentrado en las manos de un restringido número de grandes
propietarios, de modo que, todavía a finales de siglo, once mil personas
poseían en la zona seis mil novecientas hectáreas, en tanto que treinta y cinco
mil propietarios mantenían, por su parte, tres millones quinientas mil
hectáreas; y el resto, nueve millones trescientas mil hectáreas, estaba
distribuido entre siete millones ochocientos mil campesinos, de los cuales seis
millones disponían de menos de una hectárea de terreno.”39 España, hasta
su despegue industrial, fue un país agrario donde existían labores
específicamente femeninas como eran la escarda, la vendimia o la recogida de
aceituna40
aunque en el norte del país se ocupaban también de guardar el ganado, guiar los
carros, escardar, espigar, segar, labrar y pastorear.
En el sector secundario la
tradicional dedicación de las mujeres al hilado y al tejido permite su
incorporación a la industria textil, bien como empleadas de fábricas o desde
sus casas como hilanderas.41 En 1841, el total de capitales invertidos en la
industria catalana era de “cuatrocientos treinta y siete millones de reales,
calculándose que se empleaban unos noventa mil obreros... La mayor parte de
ellos eran niños, que se explotaban a partir de los cinco años, y mujeres. Los
capitalistas españoles, ardientes defensores del orden, la familia, la patria y
la caridad cristiana, explotaban sin conciencia a los más débiles, con el
pretexto de que las mujeres y los niños aportaban así un suplemento de
salario.”42
La elaboración del tabaco será
otra de las actividades que ocupó un alto porcentaje de la mano de obra
femenina. En 1849 en la fábrica de Sevilla de un total de 4.542 trabajadores,
4.046 son mujeres y en Madrid son 3.000 las operarias que en 1950 se dedican a
fabricar puros, cigarrillos y picado.43 En el periodo comprendido entre 1860
y 1880, las cigarreras madrileñas comenzaban a trabajar con once años -lo que
evidencia el empleo de mano infantil- y, al igual que el resto de operarias, en
precarias condiciones higiénicas y de salubridad.”44 Existen en estos años otros
oficios realizados por mujeres como esparteras, zapateras, tintoreras,
panaderas o cabestreras. “En el censo de Profesiones, Arte y Oficios de 1860
encontramos 54.455 mujeres industriales, 114.558 artesanas y 54.472
jornaleras.”45
En lo referente al sector
terciario46
existían, principalmente, tres actividades: el servicio domestico, el de
maestras47
y el de parteras o comadronas. También las de mesoneras, venteras,
comerciantes, ama, demandera y nodriza. “El oficio de ama, la mujer que
acompañaba a los presbíteros y canónigos, se encargaban de todas las
necesidades haciendo de sirvientas y conviviente. Eran trabajos de
responsabilidad. El oficio de demandera consistía en hacer las labores de
servicio externo, llevando los recados y encargos extramuros que mandase la
institución religiosa para la que trabajase y que normalmente desarrollaban por
fervor religioso. El trabajo de nodriza o ama de cría, criadoras de niños,
suponía un ingreso extra para aquellas familias encargadas de criar y cuidar a
niños y niñas abandonados en la inclusa. Las sirvientas y criadas es un sector
muy numeroso. En la mayoría de los casos las mujeres que trabajaban en las
casas eran jóvenes llegadas de fuera a servir a una casa en general solteras y
viudas y donde el 51% eran menores de veinte años – en Guadalajara el 33% de
las sirvientas tenían entre 8 y 14 años - y tan solo el 18% superaba los 25
años.”48
La oferta sobre nodrizas llegaba hasta
la prensa de la época, donde se podían leer anuncios como Francisca García,
edad 18 años, primeriza, leche fresca para criar en casa de los padres, darán
razón c/San Crispín, 31.49 El servicio doméstico ocupaba fundamentalmente a
jóvenes entre 15 y veinticinco años, solteras, que una vez casadas,
generalmente, abandonaban esta actividad. En 1860 el número total de empleadas
en este sector era de 416.560, lo que la lleva a encabezar la profesión
femenina. Entre las maestras la ocupación era de 2.505 en 1848 y de 7.789 en
1860.50
En relación con el número de
niñas que concurrían a la enseñanza, “el promedio general era de 1 por 56. El
caso límite era el de Burgos, donde sólo había 1 por 196 niñas. Le seguían
Soria (1 por 140), Orense (1 por 137), León (1 por 123), Palencia (1 por 114),
Oviedo (1 por 113) y Santander (1 por 101). En el caso de los maestros, ninguno
llegó a superar los 70 alumnos, siendo el promedio general 1 por 43 alumnos.”51 Fue durante
la Ilustración cuando se planteó por primera vez, desde los medios oficiales,
la necesidad de educar a las niñas y, por Real Cédula de 1783, en tiempos de
Carlos III, se estableció la enseñanza oficial de niñas, mediante la creación
de escuelas gratuitas de barrio, en Madrid, con la intención de que esta
iniciativa se extendiese después a otras ciudades de España. Precisamente para
estas escuelas se encargó al Consejo de Castilla y a las Diputaciones de Barrio
de la selección de maestras que habrían de encargarse de la enseñanza en dichas
escuelas. Se seleccionarían preferentemente las que supiesen leer, aunque,
sobre todo, era fundamental que fueran de buenas costumbres, supieran coser y
conocieran la doctrina cristiana.52 La Ley Moyano es la primera orden legislativa en que se
recomienda la creación de Escuelas Normales femeninas. También se señalaba que
para ser maestra de primera enseñanza se requería haber estudiado, con la
debida extensión, en Escuela Normal y además se admitían a las maestras con
estudios privados, siempre que acreditasen dos años de práctica en una escuela
modelo. Sin embargo la existencia de escuelas Normales de Maestras es anterior
a dicha ley pues en algunas provincias españolas se establecieron
espontáneamente. Así, la más antigua es la de Navarra, que se inauguró en 1847,
la de Logroño en 1851 a las que siguieron el resto de provincias.53 Las maestras,
aunque tenían las mismas horas de trabajo que los varones, tan solo percibían
la tercera parte en relación al salario de ellos. Tan significativa como esta
discriminación eran ciertos requisitos previos a los exámenes, como el
presentar la fe de casada, la que lo fuera, y pruebas específicas como era el
caso de la costura.54
Un caso especial era el de la
prostitución, considerada por un lado como un atentado a la ética de la familia
y por otro como una institución necesaria e indispensable que servía de
paliativo a las frustraciones sexuales de los hombres.55 Disyuntiva
moralista que el Código Penal de 1848 regulará -aunque su práctica dejará de
ser considerada un delito-, estableciendo la pena de prisión a quién la
promoviese. Normativa que se mantendrá en las reformas que del mismo se
llevaron a cabo en 1850 y 1870. Con la reglamentación higienista posterior a
184856
llegó a ser un trabajo
mayoritario y la preocupación pasó a preservar el recato y pudor social,
prohibiéndola se mostrasen en plazas públicas o asomarse a balcones y ventanas.
En Madrid, en ese año, se registran alrededor de 34.000 mujeres dedicadas de alguna
forma a la prostitución.57 Para la
moralidad burguesa es un destino que se vislumbra desde la infancia, propio de
la pereza, holgazanería y costumbres que adoptan las niñas abandonadas a su
suerte. “A cualquier hora de la noche, recorre una multitud de muchachos de
ambos sexos las mesas de los cafés de la corte, pidiendo limosna a
concurrentes... Estos niños se nutren de envidia y de veneno, y juran mas tarde
un odio encarnizado y sangriento a la sociedad... De esas criaturas suelen
salir esas mujeres perdidas, oprobio y baldón de su sexo... Las niñas van a
casa de algún sastre, o a alguna tienda de calzado, donde trabajan doce o
catorce horas por dos o tres reales. Otras, a la edad en que todavía necesitan
de cuidados maternos, entran a servir, y se les encarga del cuidado de una o
más niñas, poco menores que ellas... Cuando se aproximan a los quince años...
esas niñas, a las que sus familias han criado sin ninguna idea de religión y de
moral; esas niñas que no saben rezar ni leer, ni escribir; esas niñas que no
saben mas que lo que la necesidad o el egoísmo de sus padres les enseñó, para
que no se murieran de hambre; esas niñas sucumben a la tentación, como no puede
menos de suceder, y se pierden para toda su vida.”58 El oficio de prostituta es
tanto o más infame que el de verdugo. Es el oficio más asqueroso, más impuro y
más pútrido que se conoce. Si en una calle te encuentras entre un montón de
basura y una prostituta, y es inevitable tener contacto con el uno o con la
otra, tírate a la inmundicia. Un poco de agua devolverá a tus vestidos la
limpieza que antes tenían; pero nada hay capaz de quitar la mancha que en ti
habrá impreso el contacto del vicio.59 “Situados en una perspectiva actual,
estas consideraciones de Monlau referentes a la prostitución no pueden por
menos que ser calificadas como terribles y absurdas; pero tales manifestaciones
se deben considerar, creo, dentro del contexto histórico de una época en la que
el idealismo que acompañó al movimiento romántico estaba asociado a un
pensamiento absolutamente burgués del que Monlau participa inequívocamente. La
doctrina higiénica fue más allá de las consideraciones propiamente médicas
y silenció cualquier atisbo de emancipación femenina, estableciendo un
conjunto de reglas de comportamiento, extensivas a todos los ámbitos de la
existencia humana, que estaban absolutamente impregnadas de una componente
moral y ética heredera del optimismo ilustrado y orientadas a la búsqueda de
unos comportamientos perfeccionistas que en las capas de la población más
desfavorecidas, desaparecían acuciadas por la necesidad y el hambre. Se hace
necesario recordar aquí que Monlau desarrolló su denuncia de las condiciones de
vida de las clases más desfavorecidas desde un púlpito burgués y, como cita
López Piñero, los proletarios españoles tienen en Monlau un enérgico testigo
de su situación, pero en modo alguno alguien que se sienta partícipe de su
destino ".60
Aunque lentamente, los derechos
de las mujeres trabajadoras iban encontrando respaldos en las asociaciones obreras.
Así, a principios de 1870 y al amparo de la agrupación madrileña de la A.I.T.
se aprobó en su Reglamento de la Asociación de los Trabajadores de la
Sección de Madrid, que contaba con secciones de carpinteros, tipógrafos,
zapateros, pintores, doradores y guarnicioneros, constituir una Sección de
Obreras “por primera vez en la historia del movimiento obrero.”61 Y este mismo
reglamento en su Artículo Tercero del Titulo Segundo incluía el derecho a asociarse a todo
individuo de uno u otro sexo. El 19 de junio tuvo lugar en Barcelona el
primer Congreso Obrero Español, cuyos delegados adoptaron los principios de la
Primera Internacional, que atribuían a estos la responsabilidad de su
emancipación, dotándose al mismo tiempo de un sistema de organización y donde el afiliado formaba la base de la
Asociación. Este primer congreso obrero estableció nuevas reglas de asociación
y contribuyó a propagar una conciencia revolucionaria que se intentaba apagar
negando a los trabajadores sus derechos y coaccionándoles o despidiéndoles de
sus trabajos.62
En este primer Congreso “el criterio proudhoniano era dominante y se
manifestaba en la afirmación de que la mujer no debía incorporarse a la
producción. Tres años después, sin embargo, en el órgano ideológico de la
Federación se reconocía el principio de la igualdad de derechos y deberes entre
los sexos. Interesa destacar la clara posición igualitaria de Anselmo Lorenzo,
quien ya a finales de siglo defendía el papel activo de la mujer en la lucha
social. Para él las diferencias existentes entre los dos sexos no tenían causas
naturales, sino que eran única y exclusivamente resultado de las condiciones
del medio en que uno y otro se hallaban colocados.”63 En 1872, a pesar de las
persecuciones de que eran objeto las asociaciones obreras, tuvo lugar
clandestinamente en Zaragoza el II Congreso de la Federación Regional de la
Primera Internacional. Entre las propuestas presentadas hay un informe para Tratar
de la mejor manera posible de la emancipación de la mujer de todo trabajo que
no sea doméstico que dictamina que “la mujer es un ser libre e inteligente,
y como tal, responsable de sus actos, lo mismo que el hombre; pues si esto es
así, lo necesario es ponerla en condiciones de libertad para que se desenvuelva
según sus facultades. Ahora bien, si relegamos a la mujer exclusivamente a las
faenas domésticas, es someterla, como hasta aquí, a la dependencia del hombre,
y, por tanto, quitarle su libertad. ¿Qué medio hay para poner a la mujer en
condiciones de libertad? No hay otro más que el trabajo.64
Los últimos meses de 1872 y
primeros del 73 fueron de unas condiciones durísimas para los jornaleros del
campo y obreros industriales. La sequía
y malas cosechas, por un lado, y la crisis económica, por otro, con un déficit
en la Hacienda pública que tenia al país al borde de la quiebra, unido a la
sublevación carlista en el norte y una serie de disturbios generalizados en
todo el territorio nacional, engendraron las condiciones para crear una crisis política que llevó a la
abdicación de Amadeo de Saboya y la
proclamación de la Primera República el 8 de junio de 1873. Un mes después, “la
Unión Manufacturera, en nombre de cuarenta mil trabajadores, reivindicaban la
jornada de ocho horas y salario mínimo de 12 reales. Igualdad de salario para
hombres y mujeres, a las que se debe reconocer como al hombre la libertad de
trabajar como y cuando le conviene mejor... La respuesta a esta petición,
se tradujo en la Ley de 24 de julio presentada por el Ministro de Trabajo,
Eduardo Benot, que prohibía trabajar a los menores de diez años, sin exceder la
jornada de cinco horas para los menores de trece y las menores de catorce y de
ocho horas para los de trece a quince años y las de catorce a diecisiete.
Prohibición de trabajo de noche para los menores de quince años y las menores
de diecisiete.”65
El clima social se fue deteriorando y el clamor con que fue recibida la
república se apagó rápidamente, surgiendo motines en Cataluña y la proclamación
del cantón independiente de Cartagena el 12 de julio. “Siete días después le
siguieron Loja, Écija, Béjar, Alicante, Sagunto, Orihuela, San Fernando,
Sevilla, Valencia, Cadiz, Almansa y Torrevieja proclamaron el cantón
republicano y al día siguiente, Castellón y Granada. El día 22, se le sumaron
Algeciras, Tarifa, Andujar, Bailén, Salamanca y Jaén y, al días siguiente,
Málaga, en un proceso irreversible que amenazaba a extenderse a todo el país.”66 La respuesta
fue la represión a las sociedades obreras que volvieron a tener una actividad
clandestina. Un decreto, con fecha 10 de enero de 1874, del Gobierno
Provisional formado tras el golpe de Estado del general Pavía ordenaba disolver
la Internacional. Un año después, el 14 de enero de 1875, Alfonso XII entraba
en Madrid.
NOTAS
31.- ANES Y ÁLVAREZ DE CASTRILLÓN, Gonzalo. Campomanes y el trabajo femenino: Influencias doctrinales y acción legislativa. En el catálogo de la exposición “Campomanes y su tiempo”. Fundación Santander Central Hispano, Cajastur, Correos y Telégrafos. Madrid, 2003. Pág. 134.
32.- Cédula de 2 de enero de 1784. Archivo Histórico Nacional, sección de Consejos Suprimidos, libro 1.492.
33.- LÓPEZ-CORDÓN CORTEZO, María Victoria. La situación de la mujer a finales del antiguo régimen (1760-1860). En Varias Autoras. “Mujer y sociedad en España (1700-1975)”. Ministerio de Cultura. Instituto de la Mujer. Madrid, 1986. Pág. 67.
34.-“El oficio de ama de cría existió desde siempre. Al menos desde el momento en que una mujer pudo pagar a otra para que le sustituyese en el menester de dar el pecho al hijo en el período de lactancia. Sucede, sin embargo, que aquello que en otros tiempos pudo ser una necesidad, el siglo XIX (ese siglo inquieto y tornadizo) vino a convertirlo en un lujo. Mujeres del campo acudieron entonces a la ciudad para tratar de suplir con sus indispensables atributos -salud y abundancia- lo que las madres de la cada vez más abundante burguesía no podían o no querían dar: la leche. Se produce así una emigración exclusivamente femenina de los pueblos a la urbe. Las costumbres, las creencias de estas amas -como antes sucediera con otros personajes del tipo aguador o arriero y después con los serenos, por ejemplo- vienen a implantarse y desarrollarse lejos del terreno propicio y del humus fecundo que les dieron origen. Por eso precisamente esas formas llaman tanto la atención y llegan a crear un prototipo de personaje casi escénico cuya vida y milagros son descritos por costumbristas y periodistas de la época.” En
35.- OTERO CARVAJAL, Luis Enrique; CARMONA PASCUAL, Pablo y GÓMEZ BRAVO, Gutmaro. La Ciudad oculta, Alcalá de Henares 1753-1868. El renacimiento de la ciudad burguesa. Ayuntamiento de Alcalá de Henares, 2003. Pág. 211.
36.- El trabajo fuera de casa de la mujer era considerado en esta época como nocivo para ella misma y para la sociedad, tanto por entrar en contradicción con los diferentes roles asignados al hombre y a la mujer, como por ser causante del paro, la baja de salarios y la prostitución. Mientras tanto, el trabajo de la mujer era necesario en la industria para cubrir los gastos de la familia obrera, así como para obtener una reducción de los costes de producción. Solo una minoría veía, en la competencia entre hombre y mujer en el trabajo, una vía de evolución, tanto para ella, como para la humanidad. NÚÑEZ ORGAZ, Adela. Evolución del trabajo femenino en el anarquismo. En ORTEGA, Margarita y MATILLA, Mª Jesús (Editores). “El trabajo de las mujeres. Siglos XVI-XX. Actas de las sextas jornadas de investigación interdisciplinar”. Universidad Autónoma de Madrid. Madrid, 1996. Pág. 283.
37.- MORALES MUÑOZ, Manuel. ”Ecce Mulier”. Sobre un discurso de Teobaldo Nieva a las trabajadoras de la Internacional. En ORTEGA, Margarita y MATILLA, Mª. Jesús (Editores). Ibid. Pág. 290.
38.- TORTELLA CASARES, Gabriel. La Economía española (1830-1900). En TUÑÓN DE LARA, Manuel (Dir.). “Historia de España. Revolución burguesa, oligarquía y constitucionalismo:1834-1923”. Tomo VIII. Editorial Labor. Barcelona, 1981. Pág..67.
39.- GÓMEZ RIVERO, R. y PALOMEQUE LÓPEZ. M. C. Op. Cit. Pág. 7.
40.- LÓPEZ-CORDÓN CORTEZO, María Victoria. Op. Cit. Pág. 65.
41.- Era muy frecuente que familias enteras trabajaran en la misma actividad, el padre como maestro tejedor o tundidor, la madre y los hijos pequeños como hilanderos, despinzadores o canilleros. LÓPEZ-CORDÓN CORTEZO, María Victoria. Ibid. Pág. 66 .
42.- OLAYA MORALES, Francisco. Op. Cit. Pág. 131 y 154.
43.- FOLGUERA CRESPO, Pilar ¿Hubo una revolución liberal burguesa para las Mujeres? (1808-1868). En GARRIDO GONZÁLEZ, Elisa; FOLGUERA CRESPO, Pilar; ORTEGA LÓPEZ, Margarita y SEGURA GRAIÑO, Cristina. “Historia de las Mujeres en España”. Editorial Síntesis, S.A. Madrid, 1997. Pág. 447.
44.- “La preocupación por las condiciones higiénicas en las labores del tabaco venía a denunciar una de las costumbres más arraigadas en la vida de las fábricas: la presencia de los hijos de las cigarreras en los talleres. Durante el siglo XIX, particularmente en la fábrica sevillana, fue muy común que las mujeres acudieran al trabajo con sus hijos; los más pequeños permanecían junto a sus madres en capachos y cajones improvisados que las obreras mecían al tiempo que realizaban la labor.” CANDELA SOTO, Paloma. Cigarreras madrileñas: trabajo y vida (1888-1927). Tecnos. Madrid, 1997. Pág. 127.
45.- LÓPEZ-CORDÓN CORTEZO, María Victoria. Op. Cit. Pág. 71.
46.- El sector terciario carece de importancia económica y política en esa época, aunque no de importancia sociológica: téngase en cuenta la enorme cantidad de sirvientes que había, 618.000 según el censo de 1860. ALARCÓN CARACUEL. M.R. Op. Cit. Pág. 72.
47.- “La ley prohíbe a la mujer el ejercicio de todas las profesiones. sólo en estos últimos tiempo se la ha creído apta para enseñar a las niñas las primeras letras.” ARENAL, Concepción. La mujer del porvenir. La mujer de su casa. Librería de Victoriano Suárez. Madrid, 1895. Pág. 54.
48.- OTERO CARVAJAL, Luis Enrique; CARMONA PASCUAL, Pablo y GÓMEZ BRAVO, Gutmaro. Op. Cit. Pág. 215-217.
49.- RUBIO GARCÍA, Rosa, ROCA HERMOSILLA, Matilde, LAIZ BLANCO, Manoli y LlORCA, Carmen. La mujer en el siglo XIX y breves noticias. Asociación de Mujeres “Amanecer”. Cartagena, 1999. Pág. 18.
50.- FOLGUERA CRESPO, Pilar ¿Hubo una revolución liberal burguesa para las Mujeres? (1808-1868). En GARRIDO GONZÁLEZ, Elisa; FOLGUERA CRESPO, Pilar; ORTEGA LÓPEZ, Margarita y SEGURA GRAIÑO, Cristina. Op. cit. Pág. 447
51.- Censo de 1860. Págs. 463 y 464. Citado en LÓPEZ-CORDÓN CORTEZO, María Victoria. Op. Cit. Pág. 76
52.- COLMENAR ORZAES, Carmen. La primera mitad del siglo XX: 1931-1950. En SAN ROMÁN GAGO, Sonsoles (Directora). “La maestra en el proceso de cambio social de transición democrática: espacios históricos generacionales”. Instituto de la Mujer. Madrid, 2001.Pág. 37.
53.- Ibid..Pág. 41.
54.- Citado en LÓPEZ-CORDÓN CORTEZO, María Victoria. Op. Cit. Pág. 75.
55.- FOLGUERA CRESPO, Pilar ¿Hubo una revolución liberal burguesa para las Mujeres? (1808-1868). En GARRIDO GONZÁLEZ, Elisa; FOLGUERA CRESPO, Pilar; ORTEGA LÓPEZ, Margarita y SEGURA GRAIÑO, Cristina. Op. Cit. Pág. 448.
56.- “En 1854 el gobierno liberal creó una comisión de tres médicos con el encargo de que redactasen un Reglamento que estipulase medidas de salud pública y visitas sanitarias a las prostitutas... Eran sometidas a observación dos veces por semana y los resultados se anotaban en sus cartillas; las que tenían enfermedades infecciosas eran enviadas al Hospital de San Juan de Dios.” SCANLON, Geraldine M. La polémica feminista en la España contemporánea (1868-1974). Siglo Veintiuno. Madrid, 1976. Pág. 109.
57.- HARO HERNÁNDEZ, Teresa; GRIMAU MARTÍNEZ, Lola; GALÁN RUBIO, Cristina; SAGARDÍA REDONDO, Marisa. Aulas para un siglo: mujer y educación en España (1845-1930). Pág. 33. En
58.- SINUÉS de MARCO, María del Pilar. El Ángel del hogar: estudios morales acerca de la mujer. Imprenta española de Nieto y comp. Tomo I. Madrid, 1862. Pág. 178 y sigs.
59.- MONLAU, P. F. Elementos de Higiene Pública o Arte de conservar la salud de los pueblos. Tomo II. Imprenta Rivadeneira. Madrid, 1864. Págs. 923-924.
60.- ALCAIDE GONZÁLEZ, Rafael. La introducción y el desarrollo del higienismo en España durante el siglo XIX. Precursores, continuadores y marco legal de un proyecto científico y social. En < http://www.ub.es/geocrit/sn-50.htm#24 >
61.- OLAYA MORALES, Francisco. Op. Cit. Pág. 325.
62.- “El Obispo de Vich, por ejemplo, hizo pública una pastoral exhortando al clero de su diócesis a negar la absolución a los afiliados a la Internacional. Los patrones del oficio de curtidores de Valladolid, acordaron a principios de abril el despido de todos los operarios que pertenecieran a la Asociación y, en Málaga, Martín Larios, hizo despedir de su fábrica, “Industria Malagueña”, a los operarios que leían la prensa obrera.” OLAYA MORALES, Francisco. Op. Cit. Pág. 367.
63.- Mary Nash. En
64.- Reproducido en NASH, Mary. Mujer, familia y trabajo en España, 1875-1936. Anthropos. Barcelona, 1983. Pág. 47.
65.- OLAYA MORALES, Francisco. Op. Cit. Pág. 502 y 516.
66.- Ibid. Pág. 506.
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