jueves, 31 de diciembre de 2015

Mujer, trabajo y sociedad

REFORZANDO LA DIFERENCIA DE GÉNERO. 1839-1875

HACIA LA VISIBILIDAD DEL TRABAJO FEMENINO
El  10 de noviembre de 1839 se realiza en España la primera fotografía, un daguerrotipo realizado por Ramón Alabern en los Porxos d’en Xifré por encargo de la Academia de Ciencias y Artes de la ciudad de Barcelona. “La plaza de la Constitución estaba cuajada de curiosos atraídos por la novedad del espectáculo; y los elegantes tocados de las damas convidadas, junto con los armoniosos acentos de la banda de música daban al terrado un aire tan pintoresco como apacible.”1 Es un periodo no solo de sensibilidad artística, igualmente de abrazos políticos como el de Vergara que dieron fin a la primera guerra carlista. También fue el año en que por Real Orden se dictan las condiciones que autorizan la asociación obrera en forma de sociedades de socorros mutuos2 destinadas al auxilio de los asociados en caso de enfermedad e infortunios. Desaparecidas las cofradías, los trabajadores de las fábricas quedaban totalmente desprotegidos, produciéndose casos patéticos ya que el despido era norma común en caso de enfermedad. Como consecuencia de la Ley, los obreros de Barcelona -tras un largo periodo de reivindicaciones- constituyeron, poco antes del acceso de Espartero al poder3, la Sociedad de Protección Mutua de Trabajadores de Algodón. En 1840 Barcelona cuenta ya con una organización obrera. Eran asociaciones permitidas por la clase dominante que no veían en ellas ninguna amenaza a su poder político e influencia social. Otra cuestión sería el rumbo emprendido por el proletariado hacia el sindicalismo aprovechando la cobertura legal permitida al mutualismo y al cooperativismo.

A partir de 1839, el incipiente asociacionismo obrero se manifestaba en torno al mutualismo (sociedades de socorros mutuos), el cooperativismo (sociedades cooperativas de consumo y de producción) y el sindicalismo propiamente dicho (sociedades de resistencia). “La primera de estas direcciones responde a la idea de aliviar la nada envidiable situación del obrero sin atacar a la raíz de la misma; la segunda iba un poco más lejos: se alimentaba del mito de la posibilidad de construir un sistema de producción más justo, paralelo al existente, y que acabaría imponiéndose por su mayor rendimiento económico y superior calidad ética; la tercera, en fin, se proponía como objetivo la lucha de clases contra el sistema capitalista y, dentro de él, para conseguir que el trabajador vendiera su piel lo más cara posible.”4

El trabajo de las mujeres se hizo visible para la sociedad cuando abandonaron el encierro familiar y accedieron a las fábricas, coincidiendo con la Revolución Industrial y la aparición de la industria fabril. “Es entonces cuando se visibiliza la presencia de las mujeres en la producción social y por extensión se comienza a tener en cuenta otras ocupaciones, comenzando de este modo a relacionar a las mujeres con todo tipo de actividades laborales, sean éstas remuneradas o no. Curiosamente, la aceptación del trabajo femenino viene apadrinado por la actividad de las mujeres de clase media, que se inician en distintos oficios en el siglo XIX y que da lugar a la generalización de la idea acerca de la incorporación de las mujeres al trabajo.”5 España se incorporó tarde a la industrialización, comenzando a mediados del siglo XIX y no consolidándose hasta principios del XX. La falta de una clase burguesa socialmente uniforme y el mantenimiento excesivo de los gremios que frenaban la libre iniciativa serán dos de las causas más significativas junto a las fricciones bélicas surgidas entre 1808 y 18766. Los exclusivos privilegios que a la sombra de gobiernos anteriores al liberalismo alcanzaron los gremios retrasaron el progreso de la industria y de la economía española. No será hasta 1836 cuando desaparecerán como institución jurídica al restablecer el gobierno progresista la libertad de industria. Hubo, sin embargo, resistencia, pues los gremios no eran todavía corporaciones moribundas vacías de contenido y, aunque decadentes, seguían cumpliendo una función económica y social. No obstante, el cambio de la sociedad corporativa al contrato es tan imparable como la desigualdad entre quienes poseen los medios de producción y quienes venden su fuerza de trabajo.7 Estos y sus sociedades de socorros mutuos pronto fueron disueltas bajo el peso del Código Penal de 1848 que castigaba  a aquellos que se asociaran con el fin de encarecer el precio del trabajo o regular sus condiciones, con penas de arresto mayor y multa de 10 a 100 duros.8 Sus exigencias se dirigían exclusivamente a reclamar libertad de asociación y limitación de la jornada laboral.

En la sociedad moderada (1844-1854) lo importante se basaba en la disciplina. Daba igual solucionar los males, lo imprescindible era que “dentro del orden, haya un poco de pan y toros; iluminaciones, fiestas de Carnaval, paseos por el Prado, Cúchares y el Chiclanero en los ruedos, grandes procesiones... y los nuevos cafés... más de sesenta había en Madrid en 1847, entre ellos veinte de lujo... Pero no se moderniza el Estado, ni la vida ciudadana; la Constitución de 1845 es todo lo contrario... La prensa nos dice que todos los días de la semana hay saraos en la buena sociedad: La condesa de Montijo recibe todos los domingos; la marquesa de Legarda, los lunes; la señora de Roncali los martes; la de Torre Alta los miércoles; la de Pablos los jueves....” 9 Frente a esta sociedad de pan y toros y la doble moralidad de la clase dirigente, el obrero seguía luchando por su supervivencia, desarrollando el sindicalismo fuertes lazos de solidaridad a lo largo de la década de los 40, al enfrentarse con los empresarios y la ilegalización de sus organizaciones por parte del gobierno. Pero la expansión del obrerismo se produciría en el bienio progresista, teniendo lugar en 185510 en Barcelona la primera huelga general de España, justificada en la desautorización de las medidas adoptadas por las autoridades militares11 y la reivindicación del derecho de asociación obrera. Durante los años del bienio progresista (1854-1856) el movimiento obrero se extendió hacia otras zonas del país, marcando el inicio del sindicalismo de clase12 y consolidando la huelga como el instrumento más eficaz en la lucha por sus derechos. Protestas que en algunos casos surgieron de las numerosas crisis de subsistencia, llevando a la muerte a hombres y mujeres. En 1856 se amotinaron varias ciudades de Castilla y León13 debido a la carestía de la vida y elevado precio del pan y otros alimentos de primera necesidad provocado por la falta de previsión y el acaparamiento especulativo de los fabricantes y comerciantes de grano. En Palencia, algunos propietarios, a pesar de las órdenes del gobernador de evitar el uso de armas, repelieron a tiros a los amotinados causando numeroso muertos. En Valladolid, los manifestantes, después de apedrear el ayuntamiento, incendiar varios fielatos, almacenes y molinos, asaltaron las casas de algunos comerciantes e hirieron al gobernador civil que intentó oponérseles al frente de la fuerza pública. El día 25 el ministro de Gobernación, Escosura, se trasladó a Valladolid, para informarse del origen del conflicto mientras los tribunales militares procesaban a 85 personas, siendo veinte condenados a muerte. Siete hombres y una mujer en Valladolid y diez hombres y dos mujeres en Palencia14.

Antecedentes a este carácter batallador de la mujer los encontramos en el verano de 1835 donde a las tensiones políticas entre el gobierno de Martínez de la Rosa y la opinión liberal del país se sumaron las malas cosechas y una epidemia de cólera que desembocaron en revueltas populares en las principales ciudades españolas, con sucesos especialmente violentos en Barcelona con la muerte del general Bassa15 y donde las mujeres tomaron parte activa. “En Barcelona las han visto arrastrar el cadáver ensangrentado del general Basa cometiendo en él los más abominables excesos; Barcelona las ha visto arrojar piedras, muebles y agua hirviendo sobre los infelices soldados que, obedeciendo a sus jefes, atacaban las barricadas. Precursoras de las petrolistas de París, ya en el incendio de los conventos dieron muestras de sus feroces instintos”.16

Del propio bienio y como consecuencia de la huelga general de julio de 185517 será el proyecto de ley que el Ministro de Fomento, Manuel Alonso Martínez, presentó a las Cortes, el día 8 de octubre,18 sobre ejercicio, policía, sociedades, jurisdicción e inspección de la industria manufacturera. “La promesa de adopción por las Cortes de una ley dirigida a mejorar la suerte de los obreros fue realmente cuanto recibieron de los poderes públicos, como contrapartida de su vuelta a la normalidad social, los huelguistas catalanes de julio de 1855. Y la proyectada norma, que no había de superar el proceso de gestación parlamentaria, respondía sin ambages a la preocupación sustancial de eliminar el conflicto de clases o, en los propios términos del proyecto, las disidencias entre el fabricante y el operario; encaminándose de modo decidido a evitar estos riesgos, harto frecuentes por desgracia, y a menudo provocados por el espíritu de subversión y de intriga; a poner en armonía las miras e intereses del fabricante y del obrero; a fundar en su unión nuevas garantías de estabilidad y reposo para los pueblos, de orden y concierto para los establecimientos industriales, de moralidad y bienestar para las familias, de mejora y progreso para el trabajo.”19 Proyecto de Ley que nunca fue aprobado, como tampoco lo fue el de Manuel Becerra de 1872. Habrá que esperar hasta 1873 para la intervención del Estado en las relaciones de trabajo asalariado a través de una normativa protectora para las clases trabajadoras. “Tal fue, a la sazón, la Ley de 24 de julio de 1873, de regulación del trabajo en los talleres y la instrucción en las escuelas de los niños obreros de ambos sexos. La recordada como ley Benot, por haber sido precisamente este político republicano federal, entonces Ministro de Fomento, el artífice del correspondiente proyecto legislativo, que el Gobierno remitía a las Cortes Constituyentes de la Primera República el día 25 de junio de dicho año. Es esta norma legal, sin duda, la primera disposición protectora del trabajo de rango superior y la llave maestra de la historia española de la legislación obrera y, con ella, de nuestro ordenamiento jurídico laboral. Y es que, hasta 1873, tan sólo puede hablarse, desde luego, de precedentes aislados de  relevancia escasa y, en cualquier caso, de preparativos y de proyectos normativos.”20

De la formación de una conciencia obrera de clase, base del concepto de movimiento obrero, no cabe hablar, sin embargo, hasta 1868. El asociacionismo obrero, escasamente desarrollado entre 1840 y 1868,21 no había alcanzado aún una elaboración teórica y la práctica del conflicto social apenas era tolerada por la sociedad. Sólo durante los años que transcurren entre la Revolución de septiembre (1868) y los primeros pasos de la Restauración (1875) y, al hilo de la consolidación de la sección española de la Internacional de Trabajadores, es posible asistir al nacimiento del movimiento obrero español sobre una conciencia de clase diferenciada.22 Será la Ley de 1887 quién reconozca que el derecho de asociación podrá ejercerse libremente, desarrollándose bajo su amparo las principales organizaciones sindicales. En 1888 es creada en Barcelona la Unión General de Trabajadores de tendencia socialista y en 1910 la Confederación General del Trabajo de ideología anarco-sindicalista.

Por otra parte, impulsados por las ideas y proyectos de desarrollo económico y por la continua demanda de mano de obra generada por la revolución industrial, empieza a formarse la idea de permitir a las mujeres el ejercicio de la actividad laboral no como ayuda familiar gratuita, sino de forma remunerada y fuera del entorno familiar.23 Los obreros estaban en contra del trabajo femenino en las fábricas y especialmente reacios al ejercicio del trabajo remunerado en el caso de las mujeres casadas. “Fue constante la denuncia de la dedicación de las mujeres al trabajo extradoméstico... El discurso del obrero dio prioridad al culto de la maternidad y resaltó el cometido primordial de la mujer en el seno de la familia... Prevaleció la idea de que los hombres tenían el monopolio o como mínimo un derecho preferente a un puesto de trabajo y fue frecuente la equiparación de la mujer adulta trabajadora como un menor sin derechos laborales. El rechazo del trabajo asalariado femenino obedeció a su vez a una lógica económica: el miedo a la competencia y el desplazamiento de la mano de obra masculina por la femenina. La revista anarquista Acracia argumentaba abiertamente que era en provecho de los propios intereses económicos del obrero que la mujer se quedase en casa: “¡Además, es un hecho probado que en los trabajos en que la mujer puede hacerle la competencia, el hombre gana un jornal más reducido que en aquellos otros en que esta competencia no es posible; de modo que el obrero, aunque solo fuera por egoísmo, debería tratar de sacar a la mujer del taller o de la fábrica, para que pudiera dedicarse única y exclusivamente a los quehaceres domésticos. La clara hostilidad de los trabajadores con respecto a la incorporación de las mujeres al proceso productivo fue frecuente en la práctica cotidiana. La disuasión ideológica y la presión social fueron los mecanismos habituales para reforzar la identidad cultural femenina como madre y esposa.”24 Desde las filas socialistas, por el contrario, se denunciaba la actitud de algunas asociaciones obreras para excluir a la mujer de los talleres y las fábricas. En este sentido, las ideas que la revista El Socialista25 difundía acerca de cómo conseguiría la mujer su emancipación respecto del hombre, se encuentran muy por delante del pensamiento civil y político de aquel siglo. Ideales igualitarios que el tiempo se encargaría de confirmar: “no hay más remedio positivo que atraer a la obrera a las filas societarias y reclamar para ellas el mismo salario que para el trabajador... el trabajo también la coloca en condiciones, la proporciona medios para no estar supeditada a la voluntad del hombre. Mantenida por éste, la mujer ni es libre ni puede ser jamás la compañera del hombre, mientras que sostenida por su esfuerzo, por su propio trabajo, lo será, no pudiendo darse el caso, como sucede ahora, de que sus sentimientos, su voluntad, se vean constreñidos ante el temor de carecer de medios para vivir.” Pero en la misma revista reconocía la disminución del sueldo para el obrero desde que la mujer y el niño se incorporan al proceso de producción. “El salario que el trabajador percibía antes de que la mujer y el niño fuesen absorbidos por el torbellino de la era explotación era mayor, bastante mayor, que el que perciben hoy, cuando trabajan todos, el padre, la madre y los hijos. El burgués compra actualmente 30 ó 40 horas de trabajo, es decir, la actividad de toda una familia, por el mismo precio o menos quizá que antes compraba 8 ó 10; y cuando el trabajo escasea, como acontece al presente, se queda con los que cuestan más baratos -la mujer o el niño- y despide al que gana un salario más crecido -el hombre-.” Y pocos días después se podía leer: “La mujer debe trabajar, aunque no tenga necesidad absoluta; debe trabajar para ser independiente, para ser libre e igual al hombre.”26

El peso de la mano de obra femenina en el sector textil es tan importante que en 1839 existen en Cataluña 117.487 operarios de los cuales 44.626 son hombres, 45.210 mujeres y 10.291, niños.”27 También las mujeres comenzaron a tener un sentido de clase al apoyar con sus firmas la Exposición presentada por la clase obrera a las Cortes Constituyentes  redactada por Pi y Margall en 1855 y donde se reivindica el derecho de asociación como medio para llegar a pactar condiciones de trabajo.28 “De hecho, con pocas excepciones, el pensamiento obrero español del siglo XIX no elaboró una propuesta alternativa de identificación cultural de género que definiese a las mujeres trabajadoras como tales. Parece claro la aceptación del discurso de la domesticidad en los ámbitos obreros y el rechazo de la presencia femenina en el mercado laboral.”29 Así, aunque de manera muy excepcional, los obreros adoptaron, en ocasiones, medidas más directas para impedir la presencia de las mujeres en las fábricas. “Un indicio del grado de hostilidad que podía alcanzar la reticencia masculina frente al trabajo asalariado femenino fue la movilización masiva de los obreros textiles de igualada en 1868 cuyo eje fue la denuncia del empleo de las mujeres en las fábricas del textil del pueblo. Esta movilización dio lugar una semana después a un acuerdo entre empresarios y obreros donde se pactó el despido masivo de las mujeres de las fábricas, la limitación de sus posibilidades laborales y la adjudicación de una remuneración inferior a la que percibían los obreros para el trabajo realizado a domicilio. Según este acuerdo se procedía al despido de las más de 700 operarias de las fábricas igualdinas, medida que denota el grado de oposición hacia la figura de las obreras de fábrica. Es significativo que esta denuncia de los obreros se legitimó a partir del discurso de la domesticidad, aunque había otro motivo más significativo en el trasfondo de este conflicto de género: el miedo a la competencia de la mano de obra femenina más barata.”30 

NOTAS
REFORZANDO LA DIFERENCIA DE GÉNERO. 1839-1875
1.- El Constitucional. 11 de noviembre de 1931. Citado por LÓPEZ MONDÉJAR, Publio. “Historia de la fotografía en España.” Lunwerg. Barcelona, 1997. Pág. 265.
2.- Real orden Circular de 28 de febrero de 1839 autorizando la constitución de asociaciones de socorros mutuos. Ministerio de la Gobernación de la Península. Cuarta Sección. Circular. Con motivo de haber remitido a la aprobación de S.M. la comisión del Montepío particular de Barcelona, llamado de Nuestra Señora de la Ayuda, las nuevas ordenanzas formadas para el régimen de dicha asociación y con deseo de fomentar las que de su especie existan y promover la creación de otras de semejante naturaleza se ha servido Su Majestad la Reina Gobernadora resolver que los socios de las corporaciones cuyo instituto sea el auxiliarse mutuamente en sus desgracias, enfermedades o el reunir en común el producto de sus economías con el fin de ocurrir a sus necesidades futuras, pueden constituirse libremente... En ALARCÓN CARACUEL, Manuel R. El derecho de asociación obrera en España (1839-1900). Ediciones de la Revista de Trabajo. Madrid, 1975. Pág. 314.
3.- El 10 de mayo de 1841 las Cortes le nombraron regente de la reina Isabel II.
4.- ALARCÓN CARACUEL, Manuel R Op. Cit. Pág. 79.
5.- DÍAZ SÁNCHEZ, Pilar. Balance de los estudios sobre el trabajo de las mujeres en la España contemporánea. En XI Coloquio Internacional de AEIHM: la historia de las mujeres una revisión historiográfica. (7,8,9 de mayo 2003). En
6.- FRUTOS, Luisa Mª. La era industrial. Ed. Cincel. Madrid, 1985. Pág. 34.
7.- NIELFA CRISTÓBAL, Gloria. Trabajo, legislación y género en la España contemporánea: los orígenes de la legislación laboral. Pág. 3. Universidad Complutense. En <http://www.unizar.es/eueez/cahe/nielfa.pdf>
8.- Código Penal de 1848. Art. 461. Tomado de ALARCÓN CARACUEL, M. R. Op. Cit. Pág. 319.
9.- TUÑÓN DE LARA, Manuel. La España del siglo XIX. De las Cortes de Cádiz a la primera República. Tomo I. Editorial Laia. Barcelona, 1978. Págs. 178 y sigs.
10.- Los primeros pasos de las organizaciones obreras se producen con el movimiento “ludita”: destrucción de las máquinas y fábricas. En España, el primer caso en Alcoy, 1821, donde queman telares y máquinas de hilar. En 1823, en Camprodón destruyen máquinas de cardar e hilar; o en la Tabacalera (máquinas de liar). En 1835 incendiaron la primera fábrica accionada a vapor, llamada “El Vapor”, de la familia Bonaplata, en Barcelona y en 1854 se boicoteó en Barcelona las selfactinas, nuevas máquinas automáticas de hilar. El “ludismo” es una respuesta airada a la pérdida de puestos de trabajo. PÉREZ GARZÓN, Juan Sisinio. Universidad de Castilla-La Mancha. El movimiento obrero en España. En
11.- El capitán general Juan Zapatero publicó disposiciones tendentes a anular los contratos colectivos vigentes, a disolver las asociaciones obreras y a decomisar sus fondos. MARTÍ y MARTÍ, Casimiro. Afianzamiento y despliegue del sistema libera. En TUÑÓN DE LARA, Manuel (Director). “Historia de España. Revolución burguesa, oligarquía y constitucionalismo: 1834-1923”. Tomo VIII. Editorial Labor. Barcelona, 1981. Pág..247.
12.- Los primeros conflictos abiertos de clase estallaron en algunas manufacturas reales por cuestiones relativas al salario y a la jornada de trabajo; la primera huelga “obrera” del país tuvo lugar en la Manufactura de paños de Guadalajara, instalada en el antiguo palacio de los marqueses de Montesclaros, en 1730. TUÑÓN DE LARA, Manuel. Historia del movimiento obrero español. Nova Terra. Barcelona, 1970. Pág. 15.
13.- Palencia, Valladolid, Rioseco, Benavente, Astorga, Salamanca y Burgos se levantaron contra el hambre y la miseria, obteniendo por respuesta la represión, fusilamientos y ajusticiamientos públicos. Entre los sublevados se encontraban varias mujeres, de las cuales algunas fueron procesadas y tres ajusticiadas en el patíbulo a garrote vil: Dorotea Santos, Tomasa Bartolomé y Modesta Vázquez. “Dorotea Santos González fue líder entre las mujeres palentinas a pesar suyo. Como también las mujeres tomaron un protagonismo a pesar suyo y únicamente por la profunda crisis de subsistencias, dirigiendo los motines sin buscarlo y luchando sólo por el precio del pan. A Dorotea Santos se la consideraba sirvienta pero en realidad era (seguramente a su pesar) prostituta. Tenía 19 años cuando murió y su actitud de lucha se vio manchada por las monedas de oro que cayeron de su corpiño al ir a ser ajusticiada. ¿De dónde procedían? Se ha dicho que fue pagada por intereses políticos. ¿Quizá procedían de su tipo de vida?... Fue ajusticiada a los dos o tres días de detenida junto a otra mujer a garrote. Otros 6 ó más fueron fusilados. Fueron ejecuciones sumarísimas en estado de sitio.” Datos facilitados por el investigador palentino Roberto Gordaliza.
14.- GARCÍA COLMENARES, Pablo y DUEÑAS CEPEDA, María Jesús. Las mujeres palentinas en los siglos XIX y XX. Cálamo. Palencia, 2002. Págs. 145-179.
15.- El general Pedro Nolasco Bassa murió asesinado en Barcelona víctima  de una revuelta popular el 5 de agosto de 1835, siendo Gobernador de Barcelona. Al no adherirse al alzamiento del pueblo ni renunciar al mando, penetraron en su palacio siendo alcanzado por un pistoletazo de uno de los sublevados, arrojado después por el balcón y arrastrado por las calles. Fuente: Diccionario Espasa-Calpe.
16.- MAÑÉ y FLAQUER, Juan. La mujer de Barcelona. En “Las mujeres españolas, portuguesas y americanas tales como son en el hogar doméstico, en los campos,...” Imprenta de Miguel Guijarro. Madrid, 1872. Pág. 143. El protagonismo de las mujeres en estas revueltas eran acciones guiadas por la necesidad de una España pobre, de permanentes crisis políticas y de guerras coloniales que acaparaban un gasto diez veces mayor que el destinado a educación. En todo caso no creemos que las mujeres tuviesen feroces instintos ni los soldados fueran unos infelices.
17.- La situación se iría agravando y en el otoño de 1855 el malestar se generalizó. En octubre de este año, se produjeron choques sangrientos entre la población y la guardia civil en Málaga, Granada, Sevilla, Écija, Jerez, Albacete, Valencia, Teruel, Valladolid, Pamplona y otros lugares. En el mes de noviembre, grupos de mujeres intentaron detener en Zaragoza las barcazas que bajaban por el canal de Aragón, cargadas de harina para la exportación, mientras la población moría de hambre literalmente... El 28 de noviembre, el periódico La Esperanza, anunció la muerte de frío de dos mil personas en Madrid. OLAYA MORALES, Francisco. Historia del movimiento obrero español (siglo XIX). Nossa y J. Editores. Salamanca, 1994. Pág. 183.
18.- En el Proyecto de ley sobre la Industria Manufacturera de 8 de octubre de 1855 del Ministro de Fomento, Manuel Alonso Martínez, el art. 7 dice: “Solo en establecimientos donde se ocupen más de veinte se permitirá la admisión de niños o niñas que hayan cumplido ocho años, debiendo trabajar únicamente por la mañana o por la tarde para que les quede tiempo para la instrucción. Los jóvenes de ambos sexos mayores de doce años y que no pasen de dieciocho, solo podrán trabajar diez horas diarias entre las seis de la mañana y las seis de la tarde”. ALARCÓN CARACUEL, M. R. Op. Cit. Pág. 80.
19.- GÓMEZ RIVERO, R. y PALOMEQUE LÓPEZ. M. C. Los inicios de la revolución industrial en España: la fábrica de algodón de Sevilla (1833-1836). Pág. 10. En
20.- Ibid. Pág. 12.
21.- El clima general que pesó sobre la clase obrera industrial durante la década moderada (1844-1854) lo recordó Juan Alsina, dirigente obrero de Barcelona, ante la Comisión de las Cortes que tenía que dictaminar el proyecto de ley sobre la industria manufacturera, presentado a las Cortes el 8 de octubre de 1855: “No cesaron [...] para las sociedades obreras -dijo Alsina- las persecuciones y los destierros. ¡Once años de terrible prueba para la clase obrera!”. . MARTÍ y MARTÍ, Casimiro. Afianzamiento y despliegue del sistema liberal. En TUÑÓN DE LARA, Manuel (Director). Op. Cit. Pág..247.
22.- GÓMEZ RIVERO, R. y PALOMEQUE LÓPEZ. M. C. Op. Cit. Pág. 7.
23.- El trabajo de las mujeres se hace visible para la sociedad cuando salen del recinto familiar y acceden a las fábricas, es decir, de la mano de la Revolución Industrial y la aparición de la industria fabril. Es entonces cuando se visibiliza la presencia de las mujeres en la producción social y por extensión se comienza a tener en cuenta otras ocupaciones, comenzando de este modo a relacionar a las mujeres con todo tipo de actividades laborales, sean éstas remuneradas o no. Curiosamente la aceptación del trabajo femenino viene apadrinado por la actividad de las mujeres de clase media, que se inician en distintos oficios en el siglo XIX y que da lugar a la generalización de la idea acerca “de la incorporación de las mujeres al trabajo”, obviando la actividad laboral de las mujeres de clases bajas que han trabajado siempre. Esto que es un fenómeno extendido en toda Europa, tiene una peculiaridad propia en España en donde el retraso económico, la escasa industrialización, localizada en Cataluña y provincias vascongadas, y el poder paralizador de la Iglesia Católica, actúan de freno a cualquier cambio social protagonizado por las mujeres”. DÍAZ SÁNCHEZ, Pilar. Op. Cit.
24.- NASH, Mary. Identidad cultural de género, discurso de la domesticidad y la definición del trabajo de las mujeres en la España del siglo XIX. En “Historia de las mujeres. El siglo XIX”. Taurus. Madrid, 1993. Págs. 585 y sigs.
25.- El Socialista. N.º 117. 1-junio-1888.
26.- El Socialista. N.º 123. 13-julio-1888.
27.- IZARD, Miguel. Industrialización y obrerismo. Barcelona, Ariel, 1973. Pág. 67.
28.- Aunque lleve la firma de muchas mujeres, el sujeto que en él se expresa es el de los trabajadores varones adultos, cabezas de familia: “hemos de ... mandar al taller a nuestras esposas, con perjuicio de la educación de nuestros hijos, sacrificar a estos mismos hijos a un trabajo prematuro...os lo pedimos en nombre de nuestra dignidad ultrajada, de nuestras mujeres arrebatadas del hogar doméstico por una necesidad impía, de nuestros hijos creciendo ya como nosotros bajo el peso de la ignorancia, del trabajo y la miseria”. La historiografía ha mostrado cómo en el periodo previo a la industrialización las mujeres casadas habían venido trabajando no solo en los talleres artesanales del mundo gremial sino también como vendedoras en los mercados, lavanderas, nodrizas u operarias de talleres. NIELFA CRISTÓBAL, Gloria. Op. Cit.. Pág. 4.
29.- NASH, Mary. Op. Cit. Pág. 587.
30.- Ibid. Págs. 590-593.


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Luis Alberto Cabrera es Licenciado en CC. de la Información por la Universidad Complutense y en CC. de la Documentación por la Universidad de Alcalá. Autor de los libros: "Los hermanos Taviani", "Alcalá en la escuela", "Memoria Gráfica de Alcalá", "Guadalajara, el lápiz de la luz", "Retratos de fin de siglo", "Catálogo de publicaciones del Ayto. de Alcalá", "Todos a la feria", "El archivo y la fotografía en Alcalá de Henares", "Mujer, trabajo y sociedad", "Alcalá en las colecciones fotográficas", "Cas Oorthuys, la mirada de un holandés errante".

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