REFORZANDO LA DIFERENCIA DE GÉNERO. 1839-1875
El 10 de noviembre de 1839 se realiza en España
la primera fotografía, un daguerrotipo realizado por Ramón Alabern en los
Porxos d’en Xifré por encargo de la Academia de Ciencias y Artes de la ciudad
de Barcelona. “La plaza de la Constitución estaba cuajada de curiosos atraídos
por la novedad del espectáculo; y los elegantes tocados de las damas
convidadas, junto con los armoniosos acentos de la banda de música daban al
terrado un aire tan pintoresco como apacible.”1 Es un periodo no solo de sensibilidad
artística, igualmente de abrazos políticos como el de Vergara que dieron fin a
la primera guerra carlista. También fue el año en que por Real Orden se dictan
las condiciones que autorizan la asociación obrera en forma de sociedades de
socorros mutuos2
destinadas al auxilio de los asociados en caso de enfermedad e infortunios.
Desaparecidas las cofradías, los trabajadores de las fábricas quedaban
totalmente desprotegidos, produciéndose casos patéticos ya que el despido era
norma común en caso de enfermedad. Como consecuencia de la Ley, los obreros de
Barcelona -tras un largo periodo de reivindicaciones- constituyeron, poco antes
del acceso de Espartero al poder3, la Sociedad de Protección Mutua de Trabajadores de
Algodón. En 1840 Barcelona cuenta ya con una organización obrera. Eran
asociaciones permitidas por la clase dominante que no veían en ellas ninguna
amenaza a su poder político e influencia social. Otra cuestión sería el rumbo
emprendido por el proletariado hacia el sindicalismo aprovechando la cobertura
legal permitida al mutualismo y al cooperativismo.
A partir de 1839, el incipiente asociacionismo obrero se manifestaba en
torno al mutualismo (sociedades de socorros mutuos), el cooperativismo
(sociedades cooperativas de consumo y de producción) y el sindicalismo
propiamente dicho (sociedades de resistencia). “La primera de estas direcciones
responde a la idea de aliviar la nada envidiable situación del obrero sin
atacar a la raíz de la misma; la segunda iba un poco más lejos: se alimentaba
del mito de la posibilidad de construir un sistema de producción más justo,
paralelo al existente, y que acabaría imponiéndose por su mayor rendimiento
económico y superior calidad ética; la tercera, en fin, se proponía como
objetivo la lucha de clases contra el sistema capitalista y, dentro de él, para
conseguir que el trabajador vendiera su piel lo más cara posible.”4
El trabajo de las mujeres se hizo
visible para la sociedad cuando abandonaron el encierro familiar y accedieron a
las fábricas, coincidiendo con la Revolución Industrial y la aparición de la
industria fabril. “Es entonces cuando se visibiliza la presencia de las mujeres
en la producción social y por extensión se comienza a tener en cuenta otras
ocupaciones, comenzando de este modo a relacionar a las mujeres con todo tipo
de actividades laborales, sean éstas remuneradas o no. Curiosamente, la
aceptación del trabajo femenino viene apadrinado por la actividad de las
mujeres de clase media, que se inician en distintos oficios en el siglo XIX y
que da lugar a la generalización de la idea acerca de la incorporación de
las mujeres al trabajo.”5 España
se incorporó tarde a la industrialización, comenzando a mediados del siglo XIX
y no consolidándose hasta principios del XX. La falta de una clase burguesa
socialmente uniforme y el mantenimiento excesivo de los gremios que frenaban la
libre iniciativa serán dos de las causas más significativas junto a las
fricciones bélicas surgidas entre 1808 y 18766. Los exclusivos privilegios que a la
sombra de gobiernos anteriores al liberalismo alcanzaron los gremios retrasaron
el progreso de la industria y de la economía española. No será hasta 1836
cuando desaparecerán como institución jurídica al restablecer el gobierno
progresista la libertad de industria. Hubo, sin embargo, resistencia, pues los
gremios no eran todavía corporaciones moribundas vacías de contenido y, aunque
decadentes, seguían cumpliendo una función económica y social. No obstante, el
cambio de la sociedad corporativa al contrato es tan imparable como la
desigualdad entre quienes poseen los medios de producción y quienes venden su
fuerza de trabajo.7
Estos y sus sociedades de socorros mutuos pronto fueron disueltas bajo el
peso del Código Penal de 1848 que castigaba
a aquellos que se asociaran con el fin de encarecer el precio del
trabajo o regular sus condiciones, con penas de arresto mayor y multa de 10 a
100 duros.8
Sus exigencias se dirigían exclusivamente a reclamar libertad de asociación y
limitación de la jornada laboral.
En la sociedad moderada
(1844-1854) lo importante se basaba en la disciplina. Daba igual solucionar los
males, lo imprescindible era que “dentro del orden, haya un poco de pan y
toros; iluminaciones, fiestas de Carnaval, paseos por el Prado, Cúchares y el
Chiclanero en los ruedos, grandes procesiones... y los nuevos cafés... más de
sesenta había en Madrid en 1847, entre ellos veinte de lujo... Pero no se
moderniza el Estado, ni la vida ciudadana; la Constitución de 1845 es todo lo
contrario... La prensa nos dice que todos los días de la semana hay saraos en
la buena sociedad: La condesa de Montijo recibe todos los domingos; la
marquesa de Legarda, los lunes; la señora de Roncali los martes; la de Torre
Alta los miércoles; la de Pablos los jueves....” 9 Frente a esta
sociedad de pan y toros y la doble moralidad de la clase dirigente, el obrero
seguía luchando por su supervivencia, desarrollando el sindicalismo fuertes lazos
de solidaridad a lo largo de la década de los 40, al enfrentarse con los
empresarios y la ilegalización de sus organizaciones por parte del gobierno.
Pero la expansión del obrerismo se produciría en el bienio progresista,
teniendo lugar en 185510 en Barcelona la primera huelga general de España,
justificada en la desautorización de las medidas adoptadas por las autoridades
militares11
y la reivindicación del derecho de asociación obrera. Durante los años del
bienio progresista (1854-1856) el movimiento obrero se extendió hacia otras
zonas del país, marcando el inicio del sindicalismo de clase12 y
consolidando la huelga como el instrumento más eficaz en la lucha por sus
derechos. Protestas que en algunos casos
surgieron de las numerosas crisis de subsistencia, llevando a la muerte a
hombres y mujeres. En 1856 se amotinaron varias ciudades de Castilla y
León13
debido a la carestía de la vida y elevado precio del pan y otros alimentos de
primera necesidad provocado por la falta de previsión y el acaparamiento
especulativo de los fabricantes y comerciantes de grano. En Palencia, algunos
propietarios, a pesar de las órdenes del gobernador de evitar el uso de armas,
repelieron a tiros a los amotinados causando numeroso muertos. En Valladolid,
los manifestantes, después de apedrear el ayuntamiento, incendiar varios
fielatos, almacenes y molinos, asaltaron las casas de algunos comerciantes e
hirieron al gobernador civil que intentó oponérseles al frente de la fuerza
pública. El día 25 el ministro de Gobernación, Escosura, se trasladó a
Valladolid, para informarse del origen del conflicto mientras los tribunales
militares procesaban a 85 personas, siendo veinte condenados a muerte. Siete
hombres y una mujer en Valladolid y diez hombres y dos mujeres en Palencia14.
Antecedentes a este carácter
batallador de la mujer los encontramos en el verano de 1835 donde a las
tensiones políticas entre el gobierno de Martínez de la Rosa y la opinión
liberal del país se sumaron las malas cosechas y una epidemia de cólera que
desembocaron en revueltas populares en las principales ciudades españolas, con
sucesos especialmente violentos en Barcelona con la muerte del general Bassa15 y donde las
mujeres tomaron parte activa. “En Barcelona las han visto arrastrar el cadáver
ensangrentado del general Basa cometiendo en él los más abominables
excesos; Barcelona las ha visto arrojar piedras, muebles y agua hirviendo sobre
los infelices soldados que, obedeciendo a sus jefes, atacaban las barricadas.
Precursoras de las petrolistas de París, ya en el incendio de los conventos
dieron muestras de sus feroces instintos”.16
Del propio bienio y como consecuencia de la huelga general de julio de
185517 será el proyecto de ley que el Ministro de
Fomento, Manuel Alonso Martínez, presentó a las Cortes, el día 8 de octubre,18 sobre ejercicio, policía, sociedades,
jurisdicción e inspección de la industria manufacturera. “La promesa de
adopción por las Cortes de una ley dirigida a mejorar la suerte de los obreros
fue realmente cuanto recibieron de los poderes públicos, como contrapartida de
su vuelta a la normalidad social, los huelguistas catalanes de julio de 1855. Y
la proyectada norma, que no había de superar el proceso de gestación
parlamentaria, respondía sin ambages a la preocupación sustancial de eliminar
el conflicto de clases o, en los propios términos del proyecto, las disidencias
entre el fabricante y el operario; encaminándose de modo decidido a evitar
estos riesgos, harto frecuentes por desgracia, y a menudo provocados por el
espíritu de subversión y de intriga; a poner en armonía las miras e intereses
del fabricante y del obrero; a fundar en su unión nuevas garantías de
estabilidad y reposo para los pueblos, de orden y concierto para los
establecimientos industriales, de moralidad y bienestar para las familias, de
mejora y progreso para el trabajo.”19 Proyecto de Ley que nunca fue aprobado, como tampoco lo fue el de Manuel
Becerra de 1872. Habrá que esperar hasta 1873 para la
intervención del Estado en las relaciones de trabajo asalariado a través de una
normativa protectora para las clases trabajadoras. “Tal fue, a la sazón, la Ley
de 24 de julio de 1873, de regulación del trabajo en los talleres y la
instrucción en las escuelas de los niños obreros de ambos sexos. La recordada
como ley Benot, por haber sido precisamente este político republicano
federal, entonces Ministro de Fomento, el artífice del correspondiente proyecto
legislativo, que el Gobierno remitía a las Cortes Constituyentes de la Primera
República el día 25 de junio de dicho año. Es esta norma legal, sin duda, la
primera disposición protectora del trabajo de rango superior y la llave maestra
de la historia española de la legislación obrera y, con ella, de nuestro
ordenamiento jurídico laboral. Y es que, hasta 1873, tan sólo puede hablarse,
desde luego, de precedentes aislados de
relevancia escasa y, en cualquier caso, de preparativos y de proyectos
normativos.”20
De la formación de una conciencia
obrera de clase, base del concepto de movimiento obrero, no cabe hablar, sin
embargo, hasta 1868. El asociacionismo obrero, escasamente desarrollado entre
1840 y 1868,21
no había alcanzado aún una elaboración teórica y la práctica del conflicto
social apenas era tolerada por la sociedad. Sólo durante los años que
transcurren entre la Revolución de septiembre (1868) y los primeros pasos de la
Restauración (1875) y, al hilo de la consolidación de la sección española de la
Internacional de Trabajadores, es posible asistir al nacimiento del movimiento
obrero español sobre una conciencia de clase diferenciada.22 Será la Ley
de 1887 quién reconozca que el derecho de asociación podrá ejercerse
libremente, desarrollándose bajo su amparo las principales organizaciones
sindicales. En 1888 es creada en Barcelona la Unión General de Trabajadores de
tendencia socialista y en 1910 la Confederación General del Trabajo de
ideología anarco-sindicalista.
Por otra parte, impulsados por
las ideas y proyectos de desarrollo económico y por la continua demanda de mano
de obra generada por la revolución industrial, empieza a formarse la idea de
permitir a las mujeres el ejercicio de la actividad laboral no como ayuda
familiar gratuita, sino de forma remunerada y fuera del entorno familiar.23 Los obreros
estaban en contra del trabajo femenino en las fábricas y especialmente reacios
al ejercicio del trabajo remunerado en el caso de las mujeres casadas. “Fue
constante la denuncia de la dedicación de las mujeres al trabajo
extradoméstico... El discurso del obrero dio prioridad al culto de la
maternidad y resaltó el cometido primordial de la mujer en el seno de la
familia... Prevaleció la idea de que los hombres tenían el monopolio o como
mínimo un derecho preferente a un puesto de trabajo y fue frecuente la
equiparación de la mujer adulta trabajadora como un menor sin derechos
laborales. El rechazo del trabajo asalariado femenino obedeció a su vez a una
lógica económica: el miedo a la competencia y el desplazamiento de la mano de
obra masculina por la femenina. La revista anarquista Acracia
argumentaba abiertamente que era en provecho de los propios intereses
económicos del obrero que la mujer se quedase en casa: “¡Además, es un hecho
probado que en los trabajos en que la mujer puede hacerle la competencia, el
hombre gana un jornal más reducido que en aquellos otros en que esta
competencia no es posible; de modo que el obrero, aunque solo fuera por
egoísmo, debería tratar de sacar a la mujer del taller o de la fábrica, para
que pudiera dedicarse única y exclusivamente a los quehaceres domésticos. La
clara hostilidad de los trabajadores con respecto a la incorporación de las
mujeres al proceso productivo fue frecuente en la práctica cotidiana. La
disuasión ideológica y la presión social fueron los mecanismos habituales para
reforzar la identidad cultural femenina como madre y esposa.”24 Desde las
filas socialistas, por el contrario, se denunciaba la actitud de algunas
asociaciones obreras para excluir a la mujer de los talleres y las fábricas. En
este sentido, las ideas que la revista El Socialista25 difundía
acerca de cómo conseguiría la mujer su emancipación respecto del hombre, se
encuentran muy por delante del pensamiento civil y político de aquel siglo.
Ideales igualitarios que el tiempo se encargaría de confirmar: “no hay más
remedio positivo que atraer a la obrera a las filas societarias y reclamar para
ellas el mismo salario que para el trabajador... el trabajo también la coloca
en condiciones, la proporciona medios para no estar supeditada a la voluntad
del hombre. Mantenida por éste, la mujer ni es libre ni puede ser jamás la
compañera del hombre, mientras que sostenida por su esfuerzo, por su propio
trabajo, lo será, no pudiendo darse el caso, como sucede ahora, de que sus
sentimientos, su voluntad, se vean constreñidos ante el temor de carecer de
medios para vivir.” Pero en la misma revista reconocía la disminución del
sueldo para el obrero desde que la mujer y el niño se incorporan al proceso de
producción. “El salario que el trabajador percibía antes de que la mujer y el
niño fuesen absorbidos por el torbellino de la era explotación era mayor,
bastante mayor, que el que perciben hoy, cuando trabajan todos, el padre, la
madre y los hijos. El burgués compra actualmente 30 ó 40 horas de trabajo, es
decir, la actividad de toda una familia, por el mismo precio o menos quizá que
antes compraba 8 ó 10; y cuando el trabajo escasea, como acontece al presente,
se queda con los que cuestan más baratos -la mujer o el niño- y despide al que
gana un salario más crecido -el hombre-.” Y pocos días después se podía leer:
“La mujer debe trabajar, aunque no tenga necesidad absoluta; debe trabajar para
ser independiente, para ser libre e igual al hombre.”26
El peso de la mano de obra
femenina en el sector textil es tan importante que en 1839 existen en Cataluña
117.487 operarios de los cuales 44.626 son hombres, 45.210 mujeres y 10.291,
niños.”27
También las mujeres comenzaron a tener un sentido de clase al apoyar con sus
firmas la Exposición presentada por la clase obrera a las Cortes
Constituyentes redactada por Pi y
Margall en 1855 y donde se reivindica el derecho de asociación como medio para
llegar a pactar condiciones de trabajo.28 “De hecho, con pocas excepciones, el
pensamiento obrero español del siglo XIX no elaboró una propuesta alternativa
de identificación cultural de género que definiese a las mujeres trabajadoras
como tales. Parece claro la aceptación del discurso de la domesticidad en los
ámbitos obreros y el rechazo de la presencia femenina en el mercado laboral.”29 Así, aunque
de manera muy excepcional, los obreros adoptaron, en ocasiones, medidas más
directas para impedir la presencia de las mujeres en las fábricas. “Un indicio
del grado de hostilidad que podía alcanzar la reticencia masculina frente al
trabajo asalariado femenino fue la movilización masiva de los obreros textiles
de igualada en 1868 cuyo eje fue la denuncia del empleo de las mujeres en las
fábricas del textil del pueblo. Esta movilización dio lugar una semana después
a un acuerdo entre empresarios y obreros donde se pactó el despido masivo de
las mujeres de las fábricas, la limitación de sus posibilidades laborales y la
adjudicación de una remuneración inferior a la que percibían los obreros para
el trabajo realizado a domicilio. Según este acuerdo se procedía al despido de
las más de 700 operarias de las fábricas igualdinas, medida que denota el grado
de oposición hacia la figura de las obreras de fábrica. Es significativo que
esta denuncia de los obreros se legitimó a partir del discurso de la
domesticidad, aunque había otro motivo más significativo en el trasfondo de
este conflicto de género: el miedo a la competencia de la mano de obra femenina
más barata.”30
NOTAS
REFORZANDO
LA DIFERENCIA DE GÉNERO. 1839-1875
1.- El Constitucional. 11 de noviembre de
1931. Citado por LÓPEZ MONDÉJAR, Publio. “Historia de la fotografía en España.”
Lunwerg. Barcelona, 1997. Pág. 265.
2.- Real orden Circular de 28 de febrero de 1839
autorizando la constitución de asociaciones de socorros mutuos. Ministerio
de la Gobernación de la Península. Cuarta Sección. Circular. Con motivo de
haber remitido a la aprobación de S.M. la comisión del Montepío particular de
Barcelona, llamado de Nuestra Señora de la Ayuda, las nuevas ordenanzas
formadas para el régimen de dicha asociación y con deseo de fomentar las que de
su especie existan y promover la creación de otras de semejante naturaleza se
ha servido Su Majestad la Reina Gobernadora resolver que los socios de las
corporaciones cuyo instituto sea el auxiliarse mutuamente en sus desgracias,
enfermedades o el reunir en común el producto de sus economías con el fin de
ocurrir a sus necesidades futuras, pueden constituirse libremente... En
ALARCÓN CARACUEL, Manuel R. El derecho de asociación obrera en España
(1839-1900). Ediciones de la Revista de Trabajo. Madrid, 1975. Pág. 314.
3.- El 10 de mayo de 1841 las Cortes le nombraron
regente de la reina Isabel II.
4.-
ALARCÓN
CARACUEL, Manuel R
Op. Cit. Pág. 79.
5.- DÍAZ SÁNCHEZ, Pilar. Balance de los
estudios sobre el trabajo de las mujeres en la España contemporánea. En XI
Coloquio Internacional de AEIHM: la historia de las mujeres una revisión
historiográfica. (7,8,9 de mayo 2003). En
6.- FRUTOS, Luisa Mª. La era industrial. Ed.
Cincel. Madrid, 1985. Pág. 34.
7.- NIELFA CRISTÓBAL, Gloria. Trabajo, legislación y género
en la España contemporánea: los orígenes de la legislación laboral. Pág. 3. Universidad Complutense. En <http://www.unizar.es/eueez/cahe/nielfa.pdf>
8.-
Código Penal de
1848. Art. 461. Tomado de ALARCÓN CARACUEL, M. R. Op. Cit. Pág. 319.
9.- TUÑÓN DE LARA, Manuel. La España del siglo
XIX. De las Cortes de Cádiz a la primera República. Tomo I. Editorial Laia.
Barcelona, 1978. Págs. 178 y sigs.
10.- Los primeros pasos de las organizaciones
obreras se producen con el movimiento “ludita”: destrucción de las máquinas y
fábricas. En España, el primer caso en Alcoy, 1821, donde queman telares y
máquinas de hilar. En 1823, en Camprodón destruyen máquinas de cardar e hilar;
o en la Tabacalera (máquinas de liar). En 1835 incendiaron la primera fábrica
accionada a vapor, llamada “El Vapor”, de la familia Bonaplata, en Barcelona y
en 1854 se boicoteó en Barcelona las selfactinas, nuevas máquinas automáticas
de hilar. El “ludismo” es una respuesta airada a la pérdida de puestos de
trabajo. PÉREZ GARZÓN, Juan Sisinio. Universidad de Castilla-La Mancha. El
movimiento obrero en España. En
11.- El capitán general Juan Zapatero publicó
disposiciones tendentes a anular los contratos colectivos vigentes, a disolver
las asociaciones obreras y a decomisar sus fondos. MARTÍ y MARTÍ,
Casimiro. Afianzamiento y despliegue del sistema libera. En TUÑÓN DE
LARA, Manuel (Director). “Historia de España. Revolución burguesa, oligarquía y
constitucionalismo: 1834-1923”. Tomo VIII. Editorial Labor. Barcelona, 1981.
Pág..247.
12.- Los primeros conflictos abiertos de clase
estallaron en algunas manufacturas reales por cuestiones relativas al salario y
a la jornada de trabajo; la primera huelga “obrera” del país tuvo lugar en la
Manufactura de paños de Guadalajara, instalada en el antiguo palacio de los
marqueses de Montesclaros, en 1730. TUÑÓN DE LARA, Manuel. Historia del
movimiento obrero español. Nova Terra. Barcelona, 1970. Pág. 15.
13.-
Palencia, Valladolid, Rioseco, Benavente, Astorga, Salamanca y Burgos se
levantaron contra el hambre y la miseria, obteniendo por respuesta la
represión, fusilamientos y ajusticiamientos públicos. Entre los sublevados se
encontraban varias mujeres, de las cuales algunas fueron procesadas y tres
ajusticiadas en el patíbulo a garrote vil: Dorotea Santos, Tomasa Bartolomé y
Modesta Vázquez. “Dorotea Santos González fue líder entre las mujeres
palentinas a pesar suyo. Como también las mujeres tomaron un protagonismo a
pesar suyo y únicamente por la profunda crisis de subsistencias, dirigiendo los
motines sin buscarlo y luchando sólo por el precio del pan. A Dorotea Santos se
la consideraba sirvienta pero en realidad era (seguramente a su pesar)
prostituta. Tenía 19 años cuando murió y su actitud de lucha se vio manchada
por las monedas de oro que cayeron de su corpiño al ir a ser ajusticiada. ¿De
dónde procedían? Se ha dicho que fue pagada por intereses políticos. ¿Quizá
procedían de su tipo de vida?... Fue ajusticiada a los dos o tres días de
detenida junto a otra mujer a garrote. Otros 6 ó más fueron fusilados. Fueron
ejecuciones sumarísimas en estado de sitio.” Datos facilitados por el
investigador palentino Roberto Gordaliza.
14.- GARCÍA COLMENARES, Pablo y DUEÑAS CEPEDA, María
Jesús. Las mujeres palentinas en los siglos XIX y XX. Cálamo. Palencia,
2002. Págs. 145-179.
15.- El general Pedro Nolasco Bassa murió asesinado
en Barcelona víctima de una revuelta
popular el 5 de agosto de 1835, siendo Gobernador de Barcelona. Al no adherirse
al alzamiento del pueblo ni renunciar al mando, penetraron en su palacio siendo
alcanzado por un pistoletazo de uno de los sublevados, arrojado después por el
balcón y arrastrado por las calles. Fuente: Diccionario Espasa-Calpe.
16.- MAÑÉ y FLAQUER, Juan. La mujer de Barcelona.
En “Las mujeres españolas, portuguesas y americanas tales como son en el hogar
doméstico, en los campos,...” Imprenta de Miguel Guijarro. Madrid, 1872. Pág.
143. El protagonismo de las mujeres en estas revueltas eran acciones guiadas
por la necesidad de una España pobre, de permanentes crisis políticas y de
guerras coloniales que acaparaban un gasto diez veces mayor que el destinado a
educación. En todo caso no creemos que las mujeres tuviesen feroces instintos
ni los soldados fueran unos infelices.
17.- La situación se iría agravando y en el otoño de 1855 el malestar se
generalizó. En octubre de este año, se produjeron choques sangrientos entre la
población y la guardia civil en Málaga, Granada, Sevilla, Écija, Jerez,
Albacete, Valencia, Teruel, Valladolid, Pamplona y otros lugares. En el mes de
noviembre, grupos de mujeres intentaron detener en Zaragoza las barcazas que
bajaban por el canal de Aragón, cargadas de harina para la exportación,
mientras la población moría de hambre literalmente... El 28 de noviembre, el
periódico La Esperanza, anunció la muerte de frío de dos mil personas en
Madrid. OLAYA
MORALES, Francisco. Historia del movimiento obrero español (siglo XIX). Nossa
y J. Editores. Salamanca, 1994. Pág. 183.
18.-
En el Proyecto de ley sobre la Industria Manufacturera de 8 de octubre de 1855
del Ministro de Fomento, Manuel Alonso Martínez, el art. 7 dice: “Solo en
establecimientos donde se ocupen más de veinte se permitirá la admisión de
niños o niñas que hayan cumplido ocho años, debiendo trabajar únicamente por la
mañana o por la tarde para que les quede tiempo para la instrucción. Los
jóvenes de ambos sexos mayores de doce años y que no pasen de dieciocho, solo
podrán trabajar diez horas diarias entre las seis de la mañana y las seis de la
tarde”. ALARCÓN CARACUEL, M. R. Op. Cit. Pág. 80.
19.-
GÓMEZ RIVERO, R. y PALOMEQUE LÓPEZ. M. C. Los inicios de la revolución industrial en España:
la fábrica de algodón de Sevilla (1833-1836). Pág. 10. En
20.-
Ibid. Pág. 12.
21.- El clima general que pesó sobre la clase obrera
industrial durante la década moderada (1844-1854) lo recordó Juan Alsina,
dirigente obrero de Barcelona, ante la Comisión de las Cortes que tenía que
dictaminar el proyecto de ley sobre la industria manufacturera, presentado a
las Cortes el 8 de octubre de 1855: “No cesaron [...] para las sociedades
obreras -dijo Alsina- las persecuciones y los destierros. ¡Once años de terrible
prueba para la clase obrera!”. . MARTÍ y MARTÍ, Casimiro.
Afianzamiento y despliegue del sistema liberal. En TUÑÓN DE LARA, Manuel
(Director). Op. Cit. Pág..247.
22.- GÓMEZ RIVERO, R. y PALOMEQUE LÓPEZ. M. C. Op. Cit. Pág. 7.
23.-
El trabajo de las mujeres se hace visible para la sociedad cuando salen del
recinto familiar y acceden a las fábricas, es decir, de la mano de la
Revolución Industrial y la aparición de la industria fabril. Es entonces cuando
se visibiliza la presencia de las mujeres en la producción social y por
extensión se comienza a tener en cuenta otras ocupaciones, comenzando de este
modo a relacionar a las mujeres con todo tipo de actividades laborales, sean
éstas remuneradas o no. Curiosamente la aceptación del trabajo femenino viene apadrinado
por la actividad de las mujeres de clase media, que se inician en distintos
oficios en el siglo XIX y que da lugar a la generalización de la idea acerca
“de la incorporación de las mujeres al trabajo”, obviando la actividad laboral
de las mujeres de clases bajas que han trabajado siempre. Esto que es un
fenómeno extendido en toda Europa, tiene una peculiaridad propia en España en
donde el retraso económico, la escasa industrialización, localizada en Cataluña
y provincias vascongadas, y el poder paralizador de la Iglesia Católica, actúan
de freno a cualquier cambio social protagonizado por las mujeres”. DÍAZ
SÁNCHEZ, Pilar. Op. Cit.
24.- NASH, Mary. Identidad cultural de género,
discurso de la domesticidad y la definición del trabajo de las mujeres en la
España del siglo XIX. En “Historia de las mujeres. El siglo XIX”. Taurus.
Madrid, 1993. Págs. 585 y sigs.
25.- El Socialista. N.º 117. 1-junio-1888.
26.- El Socialista. N.º 123.
13-julio-1888.
27.- IZARD, Miguel. Industrialización y
obrerismo. Barcelona, Ariel, 1973. Pág. 67.
28.- Aunque lleve la firma de muchas mujeres, el sujeto que en él se expresa
es el de los trabajadores varones adultos, cabezas de familia: “hemos de ...
mandar al taller a nuestras esposas, con perjuicio de la educación de nuestros
hijos, sacrificar a estos mismos hijos a un trabajo prematuro...os lo pedimos
en nombre de nuestra dignidad ultrajada, de nuestras mujeres arrebatadas del
hogar doméstico por una necesidad impía, de nuestros hijos creciendo ya como
nosotros bajo el peso de la ignorancia, del trabajo y la miseria”. La
historiografía ha mostrado cómo en el periodo previo a la industrialización las
mujeres casadas habían venido trabajando no solo en los talleres artesanales
del mundo gremial sino también como vendedoras en los mercados, lavanderas,
nodrizas u operarias de talleres. NIELFA CRISTÓBAL, Gloria. Op. Cit.. Pág. 4.
29.-
NASH, Mary. Op. Cit. Pág. 587.
30.-
Ibid. Págs. 590-593.